jueves, 22 de octubre de 2009

Tengo ganas de ti.........

La madre la deja sola, sola con su dolor, sola con sus flores, sola con la nota. Hay momentos que una madre conoce bien. Tal vez porque ha pasado por ellos. Quizá porque sabe que una hija se puede amar incluso de lejos. Quizá porque, a veces, cuando está por medio el dolor, todo ese amor no puede ser más que un estorbo. Cierra la puerta y la deja así, con esa nota entre las manos. Mi nota. Gin la abre. Lee curiosa el principio: «Me lo has pedido muchas veces y yo te he dicho siempre que no. Me habría gustado regalártelo para tu cumpleaños, para Navidad, para una fiesta cualquiera. Nunca para pedirte perdón. Pero si tuviera que servir, si no bastara, si tuviera que escribir aún mil y mil y mil más, lo haría también porque no puedo vivir sin ti.» Y Gin sigue leyendo: «He aquí lo que quería: mi poema.» Sonríe y lee, lee. Resbala entre las palabras, llora, sorbe por la nariz y se ríe otra vez. Se levanta y continúa. Nuestros momentos, nuestra pasión, el viaje, la emoción. Y sigue sonriendo, sorbiendo aún por la nariz, secándose los ojos, destiñendo alguna palabra mía con alguna que otra lágrima que se le ha escapado de la mano. Y avanza así, hasta el final. No le digo nada de mi madre. Sólo le hablo de nosotros. No le hablo de nada más que de mí, de mi corazón, de mi amor, de mi error. Robo las palabras de una película que he visto y vuelto a ver muchas veces en Nueva York... «Quiero que levites, quiero que cantes con fervor... Ten una felicidad delirante al menos no la rechaces. Ya sé que te suena cursi, pero el amor es pasión, obsesión, alguien sin el cual no vives. Yo te digo: lánzate de cabeza, encuentra alguien a quien amar con locura y que te ame de la misma forma. ¿Cómo encontrarlo? Olvídate del cerebro y escucha tu corazón. Yo no oigo tu corazón. Porque la verdad, tesoro, es que no tiene sentido vivir si no se tiene esto. Hacer el viaje y no enamorarse profundamente equivale a no vivir. Pero tienes que intentarlo, porque si no lo intentas, no vivirás nunca...» Y yo espero haberla convencido de que ya ha encontrado a ese alguien que espera ser perdonado algún día. Pero no tengo prisa. «Te esperaré. Y esperaré. Y esperaré aún más. Para verte, para tenerte, para sentirme otra vez feliz. Feliz como un cielo en el ocaso.» Gin se echa a reír. Después tiene una extraña sensación, repentina. Se vuelve de golpe. Mira en su mesa. Allí, en la esquina donde siempre los ha tenido escondidos. Y repentinamente lo entiende. Y se siente morir. Sale corriendo.
- ¡Mamá, lo has dejado entrar en mi habitación!
- Pero si era ese chico simpático, el del champán, ¿no? Parece tan buen chico... Además, te había traído estas preciosas flores... No podía decirle que no, me parecía descortés.
- Mamá... No sabes qué has hecho.

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